Tú… Ahí estás, mirándome fijamente.
Lo haces con la serenidad de la ausencia del tiempo.
Te ignoro.
Cierro la puerta, pero aun así, sigo percibiendo la brisa
de tu presencia en mi nuca.
Mi voluntad pide que gire y afronte la realidad de tus
ojos.
Mi espalda se tensiona como un arco a punto de lanzar su
flecha.
No… no me dejaré vencer.
Corazón frente a razón.
Lógica contra pasión.
Nadie gana. Pierdo yo.
Camino. Lo hago con pisadas cortas. En realidad no deseo
alejarme.
Me estoy engañando. Lo sé.
Arranco el disfraz que cubre mi alma. Percibo mi desnudez.
Un frío sarcástico se instala en mi espina dorsal.
Me giro.
Te contemplo.
Tus ojos me hacen estremecer.
Siempre dulce.
Siempre sonriente.
Siempre graciosa.
Con esa beldad que perdurará para siempre en el albor del
tiempo.
Retrocedo sobre mis pasos.
No te quito la vista de encima.
Me detengo ante ti.
Una fina cortina de agua se arremolina en mis pestañas.
Lágrimas de dulce sal desdibujan tu imagen.
Extiendo mi mano y mis dedos recorren el perfil de tu
cara.
Tu gesto alegre ilumina mis recuerdos.
Retiro mis dedos del gélido cristal.
El dolor atraviesa mi piel.
Tú, siempre generosa, sigues riendo enmarcada en
madera de nogal.
Realidad y silencio.
Nostalgia del ayer.
Dudas y sufrimiento.
Ausencia del mañana.
Un salto al vacío.
Dejo caer mis hombros, la fortaleza me abandona.
Contigo fui, pero ya no soy.
Percibo el destierro. Comienza una desconocida etapa. La
soledad será mi séquito.
Sé que cada vez que entre en la casa, me mirarás sonriente
desde tu pedestal.
Siempre generosa. Siempre atenta.
Yo, como hoy, apartaré la vista para no echarte de menos.
Tú, sabrás que siempre te buscaré en la soledad de mis
días.
Serás mi refugio desde las estrellas y yo... yo seré la
nube que te cobije del frío de la noche.
Me protegerás con tu brillo y yo sólo podré regar tu
recuerdo con el rocío de mis ojos.
Cada mañana saludaré a tu sonrisa al abandonar nuestra
casa.
Ocultaré mi rostro cuando, como hoy, tu ausencia marchite
mi presente.
Y tal vez, un día, por un momento, piense en retirar tu
presencia de la pared.
No… no me dejes hacerlo.
Sé paciente.
Ese día sonríeme con fuerza, porque será que, más que
nunca, te estaré echando de menos. Sabes que cuando recupere la fuerza de la
nostalgia, te miraré nuevamente a los ojos.
Lo haré como siempre, con añoranza, buscando que un alba
más ilumines la senda de mi futuro.
A tu lado fui luz.
Contigo soy fuego.
Con el regalo de tu recuerdo, seré vida.
La que tú ya no tienes. La que tú me regalaste.
Tú. Ahí estás tú,
mirándome fijamente.
Lo haces con la serenidad de la ausencia del tiempo.
L.J. Pruneda