miércoles, 19 de noviembre de 2025

Un despertar entre murallas: Ciudad Rodrigo






Un día te levantas y miras a tu alrededor: Estás en Ciudad Rodrigo.

El aire matutino, fresco y cortante, se cuela por la ventana de celosía, trayendo consigo un eco lejano de campanas y el aroma inconfundible del café recién hecho mezclado con la humedad ancestral de la piedra. Estiras la mano y tocas el alféizar; no es moderno, es granito frío, pulido por siglos de vientos y lluvias.

El Canto de la Historia en la Piedra

Abres la ventana y la vista te golpea con una sobriedad majestuosa. No hay rascacielos ni prisa; solo la imponente silueta del Castillo de Enrique II de Trastámara (hoy Parador), dominando la ribera del Águeda. Sus muros no solo contienen un hotel, sino la memoria de reyes y estrategias militares.

Te vistes y sales a la calle, y en ese instante, abandonas el siglo XXI. Estás inmerso en la "ciudad amurallada", un nombre que lleva con merecimiento. La Muralla, declarada Conjunto Histórico-Artístico, no es un mero adorno; es el corazón y la cicatriz de la ciudad. Sigues su trazado, una obra de ingeniería defensiva que ha sido testigo de los asedios más brutales.

Las Cicatrices de la Guerra de la Independencia


Caminas sobre el lienzo defensivo y sientes el peso de la historia bélica. Es imposible ignorar el papel crucial de Ciudad Rodrigo en la Guerra de la Independencia (1808-1814).

  • 1810: El Primer Asedio. Las tropas francesas, al mando del mariscal Masséna, pusieron sitio a la ciudad. La resistencia española fue heroica, pero tras meses de bombardeos y hambre, la ciudad cayó. El recuerdo de esa capitulación aún impregna el ambiente.

  • 1812: El Segundo Asedio. Los aliados, liderados por el general británico Arthur Wellesley, el futuro Duque de Wellington, emprendieron un asalto brutal para recuperar la plaza. La toma fue rápida, sangrienta y decisiva, abriendo el camino hacia la liberación de la Península.

Buscas y encuentras los Boquetones, las brechas abiertas a cañonazos en 1812 que hoy sirven de acceso a la Muralla. Es una metáfora visual: la herida que se convierte en puerta.

Del Siglo XII a la Vida Cotidiana

Te diriges hacia la Plaza Mayor, el verdadero centro neurálgico. Es un cuadrilátero irregular y animado, rodeado por soportales y edificios notables como la Casa del Ayuntamiento. Aquí, bajo los arcos medievales, la historia se mezcla con el sonido de las tapas y las conversaciones de los mirobrigenses (gentilicio de Ciudad Rodrigo).

Pero el monumento que te detiene es la Catedral de Santa María. Te acercas y admiras su Puerta del Perdón, con una mezcla de románico tardío y gótico. Entras y sientes el frío del templo. Sus tres naves y su claustro te transportan a los tiempos de su consagración en el siglo XII, cuando Alfonso VII la elevó a sede episcopal. Observas el Coro del maestro Juan Alemán, una obra cumbre del Renacimiento español, un testimonio de que esta ciudad fue, y sigue siendo, un foco de arte y cultura.



El Legado y el Mirador

Al caer la tarde, subes de nuevo a la Muralla, esta vez cerca del Puente Mayor, que cruza el río Águeda. El sol tiñe de naranja la piedra caliza y el agua.

Miras hacia el horizonte, y comprendes la esencia de Ciudad Rodrigo: es una ciudad que se ha ganado el título de "Antigua, Noble y Leal" (otorgado por Felipe V). Cada grieta, cada torre, cada plaza te recuerda que no estás en una postal, sino en un testimonio vivo de la historia española y europea. Un lugar donde la belleza de la piedra se forjó a golpe de épica y resistencia.


 


Y así, entre murallas y el murmullo del Águeda, comprendemos que Ciudad Rodrigo no es un destino, sino una lección de historia forjada en piedra, una herida noble que se niega a cicatrizar en el olvido.
Al final, la única certeza que queda es que pasear por Ciudad Rodrigo es rendir homenaje a la memoria: la historia no se lee, se siente bajo los pies.


Texto e imágenes: L J Pruneda







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