L.J. Pruneda
Mi mente nunca ha sabido interpretar el sentido de una
frase que repetidas veces se emplea en mi familia… “menos es más”,
dicen.
-
- Imposible ecuación y totalmente fuera de lógica – Solía pensar en
silencio. Incluso tengo el recuerdo de defender mi postura durante alguna
conversación intrascendente con mis amigas.
Esta noche, sin desearlo, he descubierto su
significado.
Menos es más.
Salgo del disco bar. He decidido irme a casa, tal vez
cansada y aburrida de un ambiente que no me motiva en exceso.
-
- No te vayas sola, espera un poco más. Este lugar queda apartado y no es
buena idea. Nunca sabes quién puede andar por ahí merodeando - Me dice
alguna de mis compañeras cuando les anuncio mi decisión.
No les hago caso.
Qué ingenua.
En la parte externa del local se acumulan chicos y
chicas en cuadrillas.
Hablan.
Ríen.
Fuman.
Bromean.
Beben.
Socializan.
Parece que nadie se fija en nadie, pero todos están
pendientes de todos.
Emprendo la marcha sin despedirme de ninguno.
Percibo el sonido inconfundible de mis tacones
repiquetear sobre el asfalto. Su resonancia parece formar un eco especial al
rebotar el sonido en las fachadas de las casas. Por momentos, parece que
caminaran más personas por la misma calle, pero sólo es una ilusión acústica.
Únicamente estamos mi sombra y yo.
Solas.
En ausencia del característico ruido del tráfico
habitual de coches, escucho como un perro ladra repetidas veces en la lejanía.
Es un ladrido anodino, ausente de matices, que resuena profundamente en el
viento. Sigue una cadencia constante, tres ladridos seguidos, luego un
silencio. Parece que hablara a la oscuridad de la noche. O simplemente, esa es
la historia que estoy imaginando yo ahora mismo.
Menos es más.
Menos ruidos inmediatos, más se magnifican los sonidos
lejanos.
Sacudo los hombros y sonrío a las estrellas. Me hacen
gracia mis pensamientos que desean jugar con las palabras.
La calle inicia un leve descenso. Las farolas
proyectan luces y sombras sobre el suelo. También sobre mí.
El silencio de la noche envuelve mis pasos, pero
parece que también desea envolver mi cuerpo en un haz de tinieblas.
-
- Ssssst, ssssst – Alguien sisea desde un portal próximo.
De inmediato mis pensamientos se detienen, mi
respiración se entrecorta, mis músculos se tensan.
Una sensación de inseguridad comienza a rondar con
fuerza mi pecho.
Aprieto los labios con determinación y cruzo los
brazos sobre mi pecho. Necesito sentirme protegida. El gesto me infunde una
falsa seguridad.
Mis sentidos se disparan en busca de nuevas señales de
peligro.
La soledad de la noche parece hacerse más intensa.
-
- Guapa… ¿quieres que te acompañe a algún sitio?
-
- Mira que faldita llevas… ¡vas pidiendo guerra!
Me obligo a no mirar hacia el lugar de donde provienen
las voces.
Escucho unas risas sarcásticas. Son al menos dos
sonidos de hombre.
Acelero aún más mis pasos.
Temo a lo desconocido. No soy ninguna cobarde. No. No
tengo miedo a la muerte. Pero sí tengo miedo al sufrimiento. Al dolor
provocado.
Menos es más.
Menos compañía, más vulnerable.
Un coche pasa lentamente.
Me hago a un lado. Busco un refugio efímero
acercándome a las fachadas de los edificios. Aunque ellas realmente me ignoran,
siento un alivio protector.
Una lechuza ulula repetidas veces desde un tejado
cercano… “Mal augurio, diría mi madre. Algo malo va ocurrir”. Pienso.
El vehículo se aleja. No se percibe ningún ruido de
otros coches próximos. En ese instante y como saliendo de la nada, escucho con
nitidez cómo unos pasos parecen acomodarse a la marcha de los míos. Justo a mi
espalda.
Mi piel se eriza en señal de alerta. Maldigo
interiormente haber tomado la decisión de irme sola de aquel lugar.
Algo me dice que mire hacia atrás. Consigo contenerme.
Mi instinto de supervivencia me lo prohíbe, y a la vez, me obliga a ir a un
ritmo tan alto que los propios tacones no permiten.
Qué paradoja. Estoy en mi pueblo, entre los míos. A la
sombra de mi gente y… y siento miedo.
Miedo.
MIEDO.
Sí, temor a convertirme en una víctima más que sirva
de noticia a una página de sucesos de cualquier periódico.
Miedo a lo desconocido.
Miedo a ser agredida o violentada por uno o más
hombres.
Desde niña me han prevenido una y otra vez… “Debes
tener cuidado”.
-
- ¿Por qué?
Con desesperación desgarrada me pregunto qué hay en
las cabezas de esos hombres que se acercan y de forma traicionera nos tratan a
las mujeres como si fuéramos un simple trozo de carne, un ser que pueden tocar,
manejar, incluso manosear a su antojo sin tener en cuenta nuestra voluntad.
Ahogo mis reflexiones en una lluvia cargada de desconfianza.
Los pasos mantienen la distancia. Ni más lejos, ni más
cerca.
No sé discernir si eso es bueno o malo.
Pero la tensión acumulada en mi espalda se muestra
desmedida. Extrema.
Aumento el abrazo sobre mi cuerpo.
Tuerzo ligeramente la cabeza y miro por el rabillo del
ojo. Advierto una sombra oscura y prolongada a menos de veinte metros de
distancia. Contengo la respiración.
-
- Por favor, que deje… ¡que deje ya de seguirme!
Se intensifica mi aprensión que, imposible de
controlar, se desboca por todo mi cuerpo, y sobre todo en mi cabeza. Cierro por
un instante los ojos para poder concentrarme… “Siento miedo a mi
propia reacción. No sé si llegado el caso me defenderé, lucharé con todas mis
fuerzas o si la rabia, la impotencia, mi propia ansiedad me dejará paralizada,
como una autómata a la deriva de un corazón sin alma ni escrúpulos ¿Cómo
defender mi propia voluntad?
¿Cómo defender mi propio cuerpo de unas manos ajenas y
repulsivas?
No… no quiero ser una nueva mártir, pero…
¿Alguna mujer ha querido ser víctima?
¿Es algo que podemos elegir?
Si un NO, no tiene validez, ¿cómo podemos hacer saber
a nuestro verdugo que nos está haciendo daño?
¿Es realmente necesario decirle NO?
¿Puede alguien encontrarte en la calle, en cualquier
lugar y sin más abusar de ti, apropiarse y robarte tu propia intimidad?
¿Por qué? ¿Por qué hay hombres que actúan así?
No… es algo que nunca entenderé, es algo que por
favor…¡por favor que no me suceda hoya mí!”
Deseo arrancar a correr con todas mis fuerzas. Algo en
mi interior me detiene.
La persona que va tras mi estela tose sonoramente.
Agudizo el oído.
Inconscientemente aminoro la marcha.
Vuelve a carraspear.
Esta vez el gesto de quien me persigue es más forzado.
Parece que quiere captar mi atención.
Lo consigue.
La tensión de mi espalda se relaja.
Percibo como una placentera sensación de alivio inunda
mis músculos.
Se relaja también el gesto de mi cara
El carraspeo proviene de otra mujer…
“Sí, es otra joven”- Pienso con súbita alegría.
Agradezco su gesto. Lo hace para hacerme saber que es
otra chica, que no debo preocuparme ante su presencia.
Volteo la vista atrás.
Me deja una mirada calmada. Sincera. Nos sonreímos.
Es un momento de complicidad. De confianza entre dos
desconocidas, que toda mujer conoce y posiblemente ha experimentado alguna vez.
Mi miedo se difumina en el aire, pero mi cabeza sigue
dando vueltas, sintiendo náuseas con sólo imaginar lo que muchas otras mujeres
han sufrido en una calle como ésta, de cualquier otro lugar.
Menos es más.
Sí, salvo si se trata de ser prudente, si se trata de
mantener tu seguridad personal. Si no, menos siempre es menos.
Dados los acontecimientos, por haberse convertido en noticia a diario, este relato, narra a la perfección, la realidad de los hechos. Lo que parece, se ha convertido en "cosumbre" para unos pocos (que de hombre) les viene grande el nombre, en someter y tratar a las mujeres como si fuéramos un trozo de carne. Como mercancía.
ResponderEliminarLeyéndote (L.J Pruneda) como mujer, madre y persona, desde el principio de esta historia, ya me barrutaba su continuación, y la la angustia, me acompañó hasta el final.
Espeluznante!
Pero qué de está haciendo mal?
Cómo estamos educando?
Qué sociedad más monstruosa se ests creando?
A dónde vamos a llegar?
Estoy muy de acuerdo con dos cosas aquí expuestas.
Una,aunque no se entienda y pueda estar fuera de lógica, como cuentas, entiendo perfectamente, al igual que tú familia ese " menos es mas" y dos..
NO, es NO SIEMPRE.
Gracias por éste "homenaje" a las mujeres, a las victimas que sin pretenderlo, se han convertido en noticia.
Gracias por tu comentario.
ResponderEliminarDecirte, que no es en mi familia donde su usa esa frase, es en la familia de la protagonista femenina de esta historia.
Por otro lado, y en mi opinión, no es que ahora se produzcan mas casos de estas característiscas. Creo que ahora las mujeres estais perdiendo el miedo a lo que opinen los demas y estais haciendo públicas unas circunstancias que antes omitiais.
Me siento orgulloso de tu participación con este comentario.
Un saludo
Le respondes a anónimo, que crees que las mujeres estamos perdiendo el miedo y hacemos público lo que antes omitiamos.
ResponderEliminarSeguro?
Seguro que hemos adelantado mucho?
Porque sentencias como las de "la mansda" aún destruyen mas, si cabe, a la víctima.
El juicio que se le hs echo a la víctima, no es de justicia.
En mi opinión, sí habéis avanzado mucho.
EliminarSe ha perdido el miedo ha protestar y sabéis haceros visibles (solo hace falta ver todo el movimiento femenino en la prensa diaria). Eso no quiere decir que aun no falte mucho por hacer. Pero creo que estáis en un movimiento por la igualdad que ya es imparable.
Estamos a años luz.
ResponderEliminarNo solo no hemos avanzado, si no que hemos retrocedido.
¿Movimiento femenino?.
¿Cuál, ese que mayoritariamente está promovido por la feministas?.
¿Esas que con su extremo feminismo se creen por delante de los hombres?.
No, gracias.
No es lo que las mujeres necesitamos.
¿No queremos igualdad?.
Pues empecemos a buscar y a hacer por esa proporción del 50%.
Tanto para hombres, como para nosotras.
Después de ésta parrafada, enhorabuena y gracias por ésta historia.
Coincido contigo totalmente, que aún, queda muchísimo por hacer.
"Menos es más"...
ResponderEliminarEs una forma de "conformarse" ante la carencia de lo simple, de lo fácil, de lo justo.
Pero no, no siempre menos es mas.
A veces, es mucho más, lo que nos falta para que así sea.
Profundo, intenso y real.
ResponderEliminarMuy de acuerdo con los comentarios.
Describes las situaciones tan sumamente bien, que hacen resurgir los recuerdos.
ResponderEliminarMe ha llevado de nuevo a pensar en el epílogo de «El laberinto de la libélula»
T.