Pulsas,
palpas el cuerpo de la noche,
verano que te bañas en los ríos,
soplo en el que se ahogan las estrellas,
aliento de una boca,
de unos labios de tierra.
Tierra de labios, boca
donde un infierno agónico jadea,
labios en donde el cielo llueve
y el agua canta y nacen paraísos.
Se incendia el árbol de la noche
y sus astillas son estrellas,
son pupilas, son pájaros.
Fluyen ríos sonámbulos.
Lenguas de sal incandescente
contra una playa oscura.
Todo respira, vive, fluye:
la luz en su temblor,
el ojo en el espacio,
el corazón en su latido,
la noche en su infinito.
Un nacimiento oscuro, sin orillas,
nace en la noche de verano,
en tu pupila nace todo el cielo.
Aunque
este es un mal que afecta a todos los seres humanos en algún momento de
su vida, no existen muchas explicaciones acerca de por qué ocurre.
Uno
de los síntomas propios del envejecimiento es el deterioro de los
músculos, especialmente los de las piernas. Con el pasar de los años
estos se tornan más pequeños y adquieren mayor debilidad, haciendo que
sintamos molestias en tareas cotidianas como subir escaleras o
levantarse de una silla.
Aunque este es un mal que afecta a todos
los seres humanos en algún momento de su vida, no existen muchas
explicaciones acerca de por qué ocurre.
Pero recientemente un grupo de investigadores pudo haber descubierto cuáles son las causas que hacen que las personas mayores experimenten una perdida natural del musculo.
Aparentemente tiene su origen en una pérdida de nervios.
Para
el estudio se realizaron pruebas a 168 hombres. Los resultados
revelaron que los nervios que se encargan de controlar el movimiento de
las piernas disminuyen un 30% a partir de los 75 años.
Pero en los
atletas había mayor posibilidad de que los músculos, que se “consumen”
con la edad, fueran “rescatados” tras una reconexión de nervios.
Dicha investigación fue publicada en Journal of Physiology, la revista de salud.
Pérdida de nervios
Un
adulto joven tiene alrededor de 60.000 y 70.000 nervios que controlan el
movimiento de las piernas, así lo detalló Jamie McPhee, científico de
la Universidad Metropolitana de Manchester, Reino Unido.
Pero
luego de realizar algunas pruebas determinó que este número disminuye
significativamente cuando estamos en una edad avanzada.
La pérdida
de los nervios que controlan los músculos es “dramática”, afirmó el
investigador, cuyo porcentaje se ubica entre el 30% y hasta 60%, que
llegan a “consumirse” con la edad.
La causa principal, detalló McPhee, es que los músculos no reciben una correcta señal del sistema nervioso para enviarles la orden de que se contraigan. Cuando eso no ocurre, es más difícil movernos.
El
estudio se realizó en conjunto con expertos de otras dos universidades:
la de Waterloo, en Canadá, y la de Manchester, en Reino Unido.
El
tejido muscular se estudió usando IRM (imágenes de resonancia
magnética), para obtener mayor detalle. Por otro lado se midió cuál era
la cantidad exacta de actividad eléctrica que pasa por un músculo.
Pero no todo el panorama es malo. Los músculos sanos tienen su propio sistema de protección, que hace que los nervios envíen nuevas conexiones para rescatarlos.
Esto probablemente pueda ocurrir con mayor éxito en personas que tengan grandes músculos y que, por supuesto, estén sanos.
Aunque
el estudio no aclaró por completo la razón por la que la conexión
músculos-nervios se rompe con la edad, profundizar las investigaciones
sobre la pérdida de masa muscular puede ayudar a revertir este tipo de
afecciones en un futuro.
Una y cien veces me hago estas
preguntas y me ahogo en un manantial de interrogantes sin respuestas.
Muchas
veces ese silencio es solo una mudez buscada con la intención de proporcionar
un mínimo de estabilidad a nuestras vidas, una seguridad que no siempre
sentimos. Un espacio sin novedades que nos permite disfrutar de un instante de
paz, y así albergar una necesitada dosis
de reflexión y equilibrio.
Cuando
advierto tú silencio, éste me agita por dentro y llena mi alma de irreflexiva angustia.
Me asfixio en un lago de palabras carentes de sonido.
El
silencio cotidiano me envuelve, me protege y me permite tener presente la realidad.
Las ideas parecen fluir de forma natural. La mente se torna creativa, me arropa creando un halo de
moderación interior.
Tu
silencio, ese mutismo que maldigo, origina en mí un vacío que desangra mi interior.
Y entonces te echo de menos, y ahogo todas mis miserias en una piscina de soledad,
y grito tu nombre esperando oír tu respuesta, y una y mil veces me siento vencido,
vencido por tu silencio.
Miro con
nostalgia el paisaje en busca de perpetuar tu mirada sobre el tapiz verde de la
hierba. Me baño bajo una llovizna de estrellas que un día fueron espectadoras
privilegiadas de nuestro amor. Tu callada se convierte en una noche fría y
oscura de invierno.
Me
recojo, mendigo sentirme protegido, mi
corazón no consigue respirar ante tu abandono,
Silencio.
Sí, en él me pierdo en busca de la intimidad de mis días, él es quien me preserva
y colma de cordura. Cordura que luego pierdo a los pies de tu mutismo.
Busco
una llamada, un gesto, un guiño que me permita soñar con tu excitante piel y el
secreto de tus palabras. Palabras que han quedado ahogadas en la soledad del
olvido. Sí, tu silencio que un día más me
sobrecoge y atormenta.
Silencio.
Me
refiero a esa ausencia de palabras que fueron cómplices de nuestro amor invadiendo
nuestras vidas de significado. Silencio que se transformaba en conversación con
el tacto de nuestra piel, con el sabor de tus labios, con el brillo de tus ojos,
y que ahora, se ha convertido en un fanático puñal, que atraviesa y urde en mis
entrañas hasta permitir que se desangre de soledad mi corazón.
Tu silencio que me ha convertido
en un náufrago dentro de la propia isla de mi vida, y en los momentos de
lucidez me ayuda a reflexionar una y otra vez sobre las mismas dudas…
¿Qué es el silencio?
¿Qué significa tu silencio?
No estás, y si estás no
respondes. Te sumerges en un baño de espumoso silencio con aroma a olvido, y es
ese maldito silencio el que me atrapa, me abofetea, me envuelve y arrebata todo
ensueño, arrojándome sin piedad al fuego abrasador de mis ideas.
Escucho
totalmente quieto y entonces lo veo, lo palpo, lo siento… ese ahogado silencio
que añoro y al que doy cobijo construyendo castillos y fuegos de artificio que
estalla con los colores del reflejo de
la ilusión, albergando ideas y esperanzas
de momentos pasados a tu lado.
Tu
silencio.
Vacío y
dolor.
Mar de
lágrimas saladas que empapa mi alma.
Sangre y
fuego que calcina mi corazón.
Silencio.
Vacío rotundo de ti, vacío que
exige un espacio para recuperar mis días de tu inexorable ausencia.
¡Eso es!... Tu ausencia.
Tu ausencia me llena de
silencio.
El silencio que me ayuda a
sobrellevar tu ausencia.
¿Cómo sería tener un trabajo que nos ocupa las 24 horas del día?
Nada más lejos de la realidad.
Este es el caso de no pocos adultos que se ven obligadas a desempeñar
el rol de cuidadores de otra persona que se encuentra en situación de
dependencia. Pero, cuidado, porque este nuevo papel, bajo unas
determinadas circunstancias, puede dar lugar al conocido como síndrome
del cuidador.
La constante atención que ha de prestar la persona sana a la
dependiente puede generarle episodios de estrés de distinta intensidad. Este es uno de los principales pilares de este síndrome, un daño colateral de la prestación de ayuda de manera continuada.
Es un trastorno que, aunque aún es poco conocido, presenta una sintomatología múltiple y consecuencias muy graves, tanto física como psicológicamente.
Su cuadro clínico es parecido al del síndrome del burnout o del estrés
laboral. El síndrome análogo en los trabajadores del sector de salud se
denomina fatiga por compasión.
Cuidador – Dependiente
Estas personas suelen tener a cargo de otras que necesitan de ayuda constante. Sobre todo aparece en adultos que han de cuidar a otros que tienen algún grado de alteración neurológica o psiquiátrica. Los pacientes con Alzheimer avanzado, por ejemplo, requieren de esta dedicación y supervisión continuada.
Por tanto, una de las principales características del síndrome del cuidador es el agotamiento en
los dos planos, mental y físico, de estas personas. Tal es su
extenuación, que sus capacidades físicas psicológicas y sociales se ven
fuertemente afectadas. Además, si el cuidador y el cuidado conviven bajo el mismo techo, el desgaste generado es más rápido y mayor, ya que se vuelve mucho más complicado no trasformar la actividad de cuidar en el centro de la propia vida.
Rol impuesto
En términos generales, una persona no se convierte en cuidador de forma voluntaria. Así, en la gran mayoría de las ocasiones, ese rol suele venir impuesto o designado por las distintas circunstancias de cada persona o familia. Por ello, estos adultos se encuentran de pronto con un trabajo extra que surge de manera repentina y totalmente inesperada.
Algunas personas están muy preparadas para afrontar esta nueva
situación y asumen con mayor naturalidad ese nuevo papel. Otras, no
cuentan con tantos recursos y se ven sumidas, desde el principio, en un
reto que consideran como inabordable, sintiéndose superadas. Ven su
nuevo rol como una dificultad insoportable y muy cargante, como una cruz
potencialmente agotadora. En ambos casos, el dependiente se convierte en el centro de su nueva vida y pasa a consumir la mayor parte de su tiempo y energía.
Nadie está preparado ni física ni
psicológicamente, para vivir 24 horas al día con una persona que va
deteriorándose progresivamente.
Cómo se va fraguando
Cuidar de alguien, sin descanso, o sin el descanso necesario, es un
proceso de desgaste. Pero es aún más complicado si lleva aparejado el
abandono de uno mismo. Lo normal es que en el proceso, el cuidador poco a
poco va asumiendo las nuevas tareas que se le han asignado. Así, ha de generar una nueva rutina en la que la prioridad pasa a ser la persona que tiene a su cargo. Paulatinamente, deja de tener tiempo para ella misma, relega a un lado su independencia y se abandona.
Tiempo libre
En su tiempo libre, va renunciando poco a poco sus aficiones.
Disminuye el tiempo que dedica a las actividades de ocio y a conservar
sus relaciones familiares. Además, va cerrando su círculo de amistades al ir pasando cada vez menos tiempo relacionándose. Así, puede llegar a aislarse por completo del mundo exterior.
Familia
En las relaciones familiares, fruto de la adhesión de un nuevo miembro en la familia nuclear, suelen surgen nuevos conflictos. La irascibilidad parece generalizarse a todos los habitantes de la casa y las discusiones aumentan. También se produce un nuevo reparto de tareas que no suele satisfacer a todos por igual.
Laboral
Respecto al trabajo, puede haber un incremento del absentismo laboral, dejación de funciones o incluso abandono del cargo. La situación económica, por tanto, puede volverse comprometida. Esto dispara exponencialmente el nivel de sobrecarga física y mental, ya acumulada per se por la nueva situación del cuidador.
Pero, lejos de menguar, esa presión y lucha continuada van aumentando
día tras día. Por eso, a medida que se prolonga en el tiempo, más
difícil se le hace al cuidador afrontar con frescura, ganas e ilusión
ese rol adquirido. Comienza a producirse cansancio crónico, insomnio, además de cambios en el estado de ánimo. Esto da lugar a sentimientos profundos de tristeza, ansiedad y preocupación constantes.
En general, estos cambios que se producen en la vida del cuidador son
variados y pueden afectar tanto a corto, como a medio y largo plazo.
De prolongarse… Aparece el síndrome del cuidador
El momento en que el cuidador se ve sumido en una rutina en la que no se presta atención, comienza a surgir el estrés, la angustia, la fatiga y el agotamiento. Y, por tanto, este es el caldo de cultivo para que surja el síndrome del cuidador. Además, aumenta su irritabilidad e impaciencia. Asimismo, provoca desmotivación, agobio, irascibilidad e incluso violencia.
Como consecuencia, se pueden generar una serie de actitudes y sentimientos negativos dirigidos a la persona dependiente.
El cuidador puede sentir rechazo hacia este, lo que hace esencial que
sea consciente de que debe protegerse. Por todo esto, vemos lo
importante que es prevenir la aparición del síndrome del cuidador. No
solamente porque afecte de manera negativa al cuidador, sino porque
también puede menguar la calidad de vida de la persona dependiente. Por
tanto, esta alteración tiene un doble efecto al que hay que ponerle
remedio, empezando por la consulta a un profesional y la búsqueda de
apoyo en las tareas de cuidado.
Un estudio con ratones demuestra que la soledad genera una sustancia química que vuelve más agresivo y temeroso.
Sarah Romero
4 minutos de lectura
El aislamiento social
crónico tiene efectos graves sobre la salud mental en los mamíferos:
suele asociarse con depresión y con el trastorno de estrés postraumático
en los humanos, por ejemplo. Ahora, un nuevo estudio publicado en la
revista Cell y llevado a cabo por un equipo de investigadores de Caltech (EE. UU.) ha descubierto que el aislamiento social provoca, además, la acumulación de una sustancia química concreta en el cerebro,
y que al bloquear esta sustancia química se eliminan los efectos
negativos del aislamiento, lo que podría tener aplicaciones potenciales
para tratar trastornos de salud mental en los seres humanos.
El
estudio, llevado a cabo con roedores, confirma y amplía observaciones
previas, pues los experimentos demostraron que el aislamiento social
prolongado conduce a una amplia gama de cambios de comportamiento. Estos incluyen una mayor agresividad hacia ratones desconocidos, miedo persistente e hipersensibilidad a estímulos amenazantes.
Por ejemplo, cuando los ratones se encontraban con un estímulo amenazante, aquellos que habían sido aislados socialmente permanecían inmóviles, petrificados ante el miedo,
mucho después de que la amenaza hubiera pasado, mientras que los
ratones de control volvían a un estado normal poco después de que se
eliminara la amenaza. Estos efectos se observaron con un aislamiento social de dos semanas, pero no con un aislamiento de 24 horas,
lo que sugiere que los cambios observados en las respuestas de agresión
y miedo requieren aislamiento crónico o aislamiento a largo plazo.
En un estudio previo de una mosca del género Drosophila (mosca de la fruta), los expertos habían descubierto que un neuroquímico particular llamado taquiquinina (con
estructura similar a los opiáceos) desempeña un papel crucial en la
promoción de la agresión en las moscas aisladas socialmente. La
taquicinina es un neuropéptido, una molécula de proteína corta que se
libera de ciertas neuronas cuando se activan. Los neuropéptidos se unen a
receptores específicos en otras neuronas, alterando sus propiedades
fisiológicas y, por lo tanto, influyendo en la función del circuito
neuronal.
Los cambios en el comportamiento se observaron tras dos semanas de aislamiento social
Para investigar si el
papel de la taquiquinina en el control de la agresión inducida por el
aislamiento social podría conservarse evolutivamente de insectos a mamíferos, los científicos recurrieron a ratones de laboratorio. En ratones, el gen de taquiquinina Tac2 codifica un neuropéptido llamado neuroquinina B (NkB). Tac2
/ NkB es producido por neuronas en regiones específicas del cerebro del
ratón, como la amígdala y el hipotálamo, que están involucradas en el
comportamiento emocional y social.
Los investigadores encontraron
que el aislamiento crónico conducía a un aumento en la expresión del
gen Tac2 y la producción de NkB en todo el cerebro.
Sin embargo,
la administración de un fármaco que bloquea químicamente los receptores
específicos de NkB permitió a los ratones estresados comportarse
normalmente, eliminando los efectos negativos del aislamiento social.
Por el contrario, el aumento artificial de los niveles de Tac2 y la
activación de las neuronas correspondientes en animales normales, no
estresados los condujo a comportarse como animales angustiados y
aislados.
Los investigadores también inhibieron la función de Tac2 y sus receptores en múltiples regiones cerebrales específicas. Descubrieron
que la supresión del gen Tac2 en la amígdala eliminaba el aumento de
los comportamientos de miedo, pero no de la agresión,
mientras que, a la inversa, la supresión del gen en el hipotálamo
eliminaba el aumento de la agresión pero no el miedo persistente.
"Este enfoque nos permitió comparar los efectos de diferentes manipulaciones de señalización Tac2 en la misma región del cerebro,
así como comparar los efectos de la misma manipulación en diferentes
regiones del cerebro", aclara David J. Anderson, coautor del trabajo.
Aunque
el experimento se llevó a cabo en ratones, tiene implicaciones
potenciales para comprender cómo el estrés crónico afecta a los humanos.
"Los humanos tienen un sistema de señalización Tac2 análogo, lo que implica posibles traducciones clínicas de este trabajo", dice Moriel Zelikowsky, líder del estudio.
Referencia: "The Neuropeptide Tac2 Controls a Distributed Brain State Induced by Chronic Social Isolation Stress"Cell (2018).